Jaime Márquez A.
Prof. de Historia,
Mg. en Gestión de Políticas Nacionales
Claridad
e intención en la construcción de una “nueva mayoría” es lo que ha señalado
Michelle Bachelet al comunicar su candidatura indicando el rumbo que debiera tener su
próximo gobierno en caso de ser elegida Presidenta de Chile por segunda vez.
Muchas personas estamos de acuerdo con la construcción de esa nueva mayoría que
esperamos sea la mayoría que ha determinado las últimas elecciones en nuestro
país y que sigue esperando ser representada por líderes que entiendan su acción
como la construcción colectiva de nuevas realidades que otorguen posibilidades
de desarrollo a todos y no a unos pocos, y que además entiendan el ejercicio del
poder como un acto de servicio a nuestros compatriotas y no como una forma de enriquecimiento
o de obtención de beneficios personales. Es valorable cuando Michelle B. señala
que no todas las cosas se hicieron de la mejor manera, y reconozca que se cometieron
errores; ojalá esa experiencia quede plasmada en su programa y en el actuar
futuro de un eventual gobierno y no a merced de las maquinarias internas de los
partidos adherentes conforme lo hicieron en gran parte de su Gobierno anterior.
Para ello se hace necesario y urgente que las propias colectividades realicen
un proceso interno de reforma y renovación del quehacer político y se adecúen a
esa exigencia necesaria para proyectarse en el tiempo. Junto con lo anterior es
absolutamente necesario que el acendrado sectarismo de las colectividades, dé
paso a estilos de liderazgo que promuevan el respeto a las más esenciales
libertades de las personas y teniendo en alta valía las competencias
profesionales y el derecho que cada uno tiene al trabajo. La ola de “razzias”
tan tradicionales en los cambios de gobierno, casi a la forma que por años y
años utilizó el PRI en México y casi endémicas en nuestra clase política, debe
terminar. No es posible obtener fidelización a nuestras ideas solo porque nos
ofrezcan un trabajo, que en muchos casos significa desplazar a otras familias
de chilenos tan o igualmente necesitadas. No es posible avalar que utilicemos y
entendamos como natural el uso del peso del poder en contra de otros, aun sea a
favor y beneficio nuestro. Esa práctica genera inestabilidad, resentimiento y
desigualdad, abriendo o profundizando heridas que en algún momento de inflexión
en nuestra historia afloran causando tristes resultados. Esa práctica genera
además pobreza moral y clientelismo. La solidez de una democracia no puede
construirse en base a una política de tierra arrasada en contra de nuestros
adversarios, aún así el pueblo nos haya otorgado su preferencia.
El mundo independiente entiende y
valora esta lógica, el mundo independiente espera un ejercicio del poder
abierto, lúcido y sereno que permita que el programa de gobierno avance sobre
bases más solidas y genere mayor adhesión y por lo mismo mayor consenso
político que otorgue las mayorías parlamentarias necesarias para acometer
cambios estructurales todavía pendientes y que la ciudadanía exige con
urgencia. El mundo independiente ha determinado las elecciones y ha seguido
viviendo y aceptando realidades que a veces le generan serios conflictos,
especialmente cuando ve que su voto no ha servido para implementar los cambios
que esperaba y más aún contribuye a consolidar sistemas que siempre ha
aborrecido. Sin embargo es un sector que sigue creciendo y que cada vez es más
valorado. Ojalá este interés no se agote simplemente en una estrategia para
obtener los votos que permitirán ganar una elección, sino que para incorporar
una visión distinta del ejercicio del poder, del hacer política y de instalar
nuevos liderazgos. Ciertamente ese hecho significará un cambio importante y una
renovación que urge porque el país quiere y necesita no solo una nueva, sino
que una mejor mayoría.
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